Si bien la tasa de crecimiento de las distintas ramas industriales fue despareja, ello no fue el resultado de las políticas, que intentaron favorecer al sector en su conjunto. Muchas de las industrias nacientes no alcanzaban una cierta escala mínima a partir de la cual pudieran trabajar con un aceptable grado de eficiencia; el resultado fue una producción manufacturera de alto costo y con pocas posibilidades de exportación.
El proceso de expansión manufacturera también estuvo complicado por un mercado de trabajo distinto del de otros países que encararon la industrialización postguerra. Gran disponibilidad de trabajadores con salarios bajos, hasta entonces dedicados a las actividades rurales de baja productividad.
En nuestro país la cosa era distinta; La agricultura y la ganadería eran esencialmente modernas y por lo tanto tenían productividad y salarios comparativamente buenos. Era inevitable que la expansión de demanda por trabajadores se reflejara pronto en aumentos de sueldos, ya que no había en el campo un numeroso “grupo de reservas” capaz de proveer indefinidamente las necesidades de mano de obra de la industria.
Después de dos años de un superávit comercial provocado por el plan de estabilización y por la gran cosecha 1952/53, en 1955 reapareció el déficit comercial, ya que las importaciones comenzaron a recuperarse del deprimido nivel que tuvieron en 1953/54. El crecimiento del producto volvía a traducirse en aumentos de la demanda por importaciones y consecuentes temores por la balanza de pagos.
La recuperación de la demanda por productos industriales locales se traducía en mayores necesidades de insumos, de los cuales una buena parte era importada. La situación estaba agravada por el comportamiento de las exportaciones.
Parte de esa debilidad exportadora se debía a las políticas internas, pero también influían en las condiciones internacionales, mucho más adversas al comercio. Además de bajos, los valores exportados eran volátiles, determinados por precios mundiales y factores climáticos; La Argentina compartía vicisitudes con otras economías “medianas”.
La escasez de divisas para exportar, hizo que muchos se lamentaran por el uso que se había hecho de reservas acumuladas durante la guerra. Los dos o tres años posteriores a la misma fueron una época de “oportunidades perdidas”, ya que podía haberse encarado con decisión la capitalización del país en cierta industrias, lo que habría permitido la provisión local de bienes de capital e insumos que de otro modo debían importarse.