La industria argentina hizo progresos considerables durante los años de la “Gran Guerra”, pero cuando cesaron las hostilidades se produjo un severo retroceso al entrar al país nuevamente la producción extranjera.
La elaboración nacional declinó, muchas fábricas entraron en liquidación y la industria pudo hacer pocos progresos en los años 20´, pero las crisis de los 30´ creó nuevas condiciones: La depreciación del peso y las nuevas tarifas trajeron un renacimiento industrial que encontró luego protección en el control de cambios.
El derrumbe del comercio exterior fue el principal responsable del desarrollo industrial en la década de 1930. Las políticas del gobierno, especialmente el control de cambios, garantizaron que la crisis de las exportaciones se tradujera en una caída no mejor de las importaciones. Esto generó una “industrialización por sustitución de importaciones”.
El sistema discriminatorio de cambios y los privilegios arancelarios para productos británicos, favorecieron especialmente a la producción de artículos que competían con los norteamericanos, ya que las importaciones de ese origen resultaron particularmente castigadas. Muchas empresas estadounidenses saltaron barreras y se instalaron directamente en Argentina.
No faltaron casos de productos manufacturados que llegaron a venderse en el exterior, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, ya que varios países de América Latina recurrieron a nuestro país para reemplazar a sus proveedores habituales, ocupados en la producción bélica.
Sin llegar a quebrar el predominio agropecuario, la contribución de las manufacturas a la exportación argentina mostró que algunas actividades podían transformarse en competitivas internacionalmente.
El crecimiento industrial fue causa y consecuencia de un acentuado proceso de urbanización. La crisis del sector agropecuario expulsó a trabajadores rurales a las ciudades, donde el componente extranjero de la fuerza laboral fue decreciendo paulatinamente.
Tanto la política arancelaria como la de cambios fueron favorables a la industria nacional, por ello, desde el gobierno no se buscó alterar la tradicional estructura agraria del país. La Argentina hizo todo lo que pudo para parecerse al país agroexportador de otras épocas.
El principal problema era la “crisis del comercio exterior”, razón por la cual se temía una nueva Depresión, ya que grandes excedentes de productos invendibles significaban intenso malestar en la campaña, crisis industrial, desocupación y postración general de todas las actividades del país.
Los mandatarios elaboraron un plan que apuntaba a la profundización de medidas a corto plazo con mayor restricción de importaciones y la ejecución de un vasto programa de construcciones populares, lo que se proponía como forma de alentar la ocupación.
Se esperaba que el poder de compra generado por estas medidas de apoyo a la construcción lograría “mantener y desarrollar la demanda de artículos industriales”, disponiendo además de mecanismos para asegurar facilidades de financiación para las inversiones fijas y adquisición de equipos.
La corporación para la promoción del intercambio, una de las pocas propuestas del plan que a pesar del rechazo del parlamento se puso en práctica, favoreció la exportación de artículos nuevos, a través de incentivos cambiarios.
Durante la guerra, Argentina pudo mantener sus mercados tradicionales de exportación, aunque cobrando sus ventas a Inglaterra en libras “bloqueadas”. Incluso pudo profundizarse la presencia de nuestro país en ciertos mercados, como en Estados Unidos y demás países donde el repliegue de productos norteamericanos, dejaba espacio a los de otro origen.