Las dificultades que los productos argentinos encontraron en sus mercados de exportación, generadas por la caída de la demanda mundial, se vieron severamente agravadas por la escalada “proteccionista” en Europa y Estados Unidos. La consecuente escasez de divisas requería una restricción significativa a las importaciones, que parcialmente se logró con el control de cambios del año 1931.
En un mundo donde los desequilibrios de las balanzas de pagos eran mirados con preocupación, la forma en que la Argentina decidiera reducir sus importaciones no era indiferente para aquellos países que eran proveedores en el mercado nacional.
Inglaterra, socio comercial desde hacía décadas, era más importante como comprador de productos argentinos que como vendedor en la Argentina de las manufacturas. La balanza comercial con ese país tenía un saldo positivo, en cambio con Estados Unidos, la situación era inversa.
Siendo un país cuyo sector rural era importante, resultaba más difícil la colocación de productos primarios argentinos en Norteamérica, sobre todo después de que se resistiera allí la importación de carnes con la excusa del control sanitario.
Cuando nuestro país se vio obligado a contener las importaciones, los exportadores ingleses tenían razones para temer que sus ventas se redujeran aún más. Las autoridades británicas no podían aceptar que un país con quien tenían un déficit comercial de alguna magnitud, empeorara la situación limitando las importaciones desde Inglaterra.
El interés británico por recuperar sus ventas en Argentina coincidía con las pretensiones de algunos sectores locales. Los exportadores de carne, se verían beneficiados con un acercamiento a Inglaterra que permitiera compensar las caídas de las ventas externas que la crisis había provocado.
El deseo inglés de reforzar sus lazos con nuestra nación se había manifestado en 1929 con el acuerdo entre Lord D´Abernon y el Gobierno de Yrigoyen, pero que sería rechazado por el congreso. Esto sentó un precedente que sería uno de los acuerdos internacionales más polémicos de la historia argentina: el pacto Roca-Runciman.
El acuerdo firmado mayo de 1933, constaba en que Argentina concedía las rebajas arancelarias requeridas por Inglaterra y garantizaba que, cualquiera fuera la forma que asumiera el control de cambio en el país, era segura la prioridad inglesa para todas las libras obtenidas de la venta de productos argentinos en Gran Bretaña. Había además, promesas mutuas de ”trato benévolo” a las mercancías del otro país.
El pacto Roca-Runciman se ganó la oposición de una buena parte de la opinión pública argentina, sobre todo de los sectores más nacionalistas. Dominó una sensación general de rechazo y clima “antiimperialista”, que recrudeció con el recordado debate de las carnes en la Cámara de Diputados, que descubrió maniobras fraudulentas de los frigoríficos ingleses, siendo Lisandro De La Torre, uno de los actores principales del desenmascaramiento.
Las autoridades nacionales fueron algo débiles en las negociaciones y más aún a la hora de aplicar las cláusulas del tratado. Las concesiones a Gran Bretaña se cumplieron más que las concesiones británicas a los intereses argentinos.
La Argentina que había sido construida para ser el “granero del mundo”, poco a poco dejaba paso a un país en el que las chimeneas de las fábricas, más que los cereales y el ferrocarril, eran los símbolos de modernidad.
Los sesgos provocados por el oscuro sistema electoral, permitían a los beneficiarios de aquella vieja nación abstraerse hasta cierto punto de las nuevas circunstancias. Poco a poco, el cambio de coyuntura se iría reflejando en las políticas económicas, en un camino que luego sería imposible de desandar.