Como se puede apreciar a lo largo de toda la historia argentina, los vaivenes de la economía siempre estuvieron marcados, se pasó de crisis a repuntes en demasiadas ocasiones, en las cuales siempre, el campo fue el sostén de la nación.
Los “Ochocientos días” de Pellegrini en la presidencia (1890-1892) estuvieron dominados por preocupaciones económicas y financieras. En pocos meses, la Argentina había pasado de ser la estrella del sur a un país “poco fiable”, cuya capacidad de pago era cuestionada.
La crisis no era un problema que afectara solamente a los financistas extranjeros y al gobierno, sino que se extendió al sistema bancario. Los retiros de depósitos provocaron la caída de los bancos; Provincia, Nacional e Hipotecario, además los salarios reales cayeron y aumentó la desocupación.
La caída de las importaciones estaba erosionando una de las principales fuentes de recaudación y la prima que debía pagar el gobierno por las divisas destinadas al pago de la deuda era altísima.
Se tomaron medidas políticas que surtirían efecto; El sistema de emisión de los Bancos Nacionales Garantidos fue reemplazado por una entidad única: “La Caja de Conversión”. Además se creó el Banco de la Nación Argentina, para ganar la batalla a la desconfianza en el sistema financiero nacional.
Los gobiernos argentinos de la década de 1890 se diferenciaron a los anteriores por una mayor inclinación del equilibrio fiscal. Contaron para ello con el empuje invalorable de la producción agropecuaria, que hacia 1890 comenzaba su edad de oro.
A partir de 1903 la Caja empezó a acumular oro, gracias al restablecimiento de la confianza y a la mejora en los precios de los productos exportables. Las cuentas estaban en orden y los superávits comerciales eran mucho más frecuentes que los déficits.
Las Exportaciones se triplicaron, el oro en manos de la Caja de Conversión crecía sin pausa, la inmigración se hacía más intensa, el ingreso nacional se doblaba en una década, en fin, Argentina podía encarnar su segundo siglo de vida con plena confianza en sí misma.
La abundancia de alimentos desde siempre había hecho del hambre un problema menor en nuestro país. Tanto así fue que muchos viajeros del viejo continente se sorprendían por el desperdicio de carne, un bien que en sus tierras era un lujo.
La relativa facilidad para alimentarse, fue una de las razones por las zonas más pobres de Europa fueran propensas a aportar inmigrantes. La posibilidad de movilidad social fueron frecuentemente aprovechadas y muchos inmigrantes se destacaron por la velocidad con la que lograron mejorar su posición económica; En 1914, casi un 70% de los empresarios comerciales e industriales había nacido fuera de Argentina.
El poder económico ya no estaba en las minas del Alto Perú como en la época colonial, sino en las fértiles llanuras cercanas a los puertos, allí se instalaban también casi todas las industrias, porque era más barato acceder a insumos importados y se estaba cerca de los principales centros de consumo.