En el año del Bicentenario de la Independencia, Somos Campo inaugura una nueva sección que refiere a la Historia del Campo, su rol fundamental para el crecimiento del país y diferentes situaciones particulares que nos llevan hacia nuestros días para llegar a ser puntal imprescindible de una nación.
Si bien la Argentina se constituyó como estado en 1810, ratificándolo en 1816, una seria de luchas civiles e internacionales postergó cualquier progreso económico sólido. En 1853 se conseguiría una Constitución aceptada por las provincias, aunque la conflictiva incorporación de la poderosa Buenos aires se consumó sólo a comienzos de la década del 60´.
Así y todo, la “Organización Nacional” se prolongó hasta 1880, después de dos décadas todavía plagadas de conflictos; Guerra del Paraguay, Rebeliones internas, Resistencia de Caudillos, Revuelta de Carlos Tejedor, por citar algunos casos.
Es natural que la preocupación central de los gobiernos durante las llamadas “Presidencias Históricas” de Mitre, Sarmiento y Avellaneda fuera la eliminación de amenazas internas y externas a la autoridad estatal. La prioridad era, garantizar la existencia del estado argentino.
Recién a partir de la primera presidencia de Roca (1880-1886) puede hablarse de un estado nacional con una autoridad firmemente asentada, de un país cuyos gobernantes fueran administradores y ya no sólo fundadores.
Para ese entonces, el último censo disponible mostraba un territorio bastante desierto y una población con bajos niveles de instrucción. De acuerdo con las cifras vivían en argentina 1.800.000 personas, la tasa de analfabetismo era otro síntoma de retraso.
La llanura pampeana, estaba lejos todavía de ser el “Granero del Mundo”, dedicada a una ganadería de poca calidad, con predominio del ganado ovino. La agricultura prácticamente no existía, salvo en los alrededores de las ciudades, para consumo local; Todavía en los años 70´se importaba trigo.
Recién a finales de esta década mencionada se llevaría a cabo el primer embarque de trigo para exportación, en lo que un profético Avellaneda caracterizó como el acto "más importante" del período de su gobierno.
Un obstáculo evidente para el desarrollo económico era la dificultad de transportar los productos del interior hacia los puertos, y en este sentido las posibilidades de progreso comenzaron a abrirse con la paulatina difusión del ferrocarril en la década de 1870.
En el ámbito de lo que hoy se llamaría política socioeconómica, la noción de progreso, dominaba el debate. Casi todos coincidían en la voluntad de incorporar a Argentina a la expansión mundial liderada por Gran Bretaña y las naciones que se habían sumado a la Revolución Industrial.
El encuentro entre circunstancias auspiciosas para el progreso e ideas apropiadas para esas circunstancias resultó ser una combinación exitosa, al menos juzgada con la vara de lo que la historia llamó la “Generación del 80´”.