A simple vista podemos observar lo que deja el temporal que ha azotado a nuestra región y que aún no parece terminar. Campos anegados, caminos rurales destrozados, canales saturados, cosecha sin terminar y un desorden ganadero imposible de restablecer a corto plazo.
Cuando escuchamos hablar de que un establecimiento ganadero necesita ser “eficiente” para poder cubrir los costos de producción y obtener rentabilidad pensamos en mejorar tres aspectos que son indispensables como el manejo, alimentación y sanidad.
En los sistemas a campo o extensivos esto se altera considerablemente cuando son castigados por abundantes lluvias de alto milimetraje y durante mucho tiempo.
La producción de carne bovina se ve afectada por la falta casi inmediata de los recursos forrajeros como las pasturas, la producción de reservas para el invierno, la falta de piso seco pagando muchas veces con la pérdida de animales por no poder satisfacer los requerimientos básicos de producción que son alimentarse para no perder peso, mantener un ternero lactando, entrar en celo y volver a quedar preñada para dar un ternero al año.
Si mudamos esta vaca a un pasto natural o queda literalmente en el agua seguramente priorizará su vida y dejará de producir aunque muchas veces no sea suficiente. En el tambo pasa lo mismo y aún peor ya que son animales que dependen mucho de la calidad del forraje para ser altamente productoras.
De hecho muchas veces el productor achica necesariamente su rodeo vendiendo vacas de un alto valor genético a precios muy bajos para que el establecimiento no pierda su eficiencia. Ni que hablar del feetlot o el engorde a corral donde los animales están enterrados las veinticuatro horas del día sin poder siquiera echarse.
Con respecto a la producción porcina no encontramos un escenario mejor. En los sistemas extensivos o semi-intensivos ante un temporal de esta magnitud es imposible respetar las rutinas de manejo, la separación de categorías, los espacios correctos, la preparación del alimento que en muchos casos todavía está en la planta sin poder cosecharse. La pérdida de lechones lactantes y del estado de las madres ocurren indefectiblemente.
Lo mismo pasa con la sanidad, inevitablemente el productor muchas veces deja de vacunar los animales porque no hay donde realizarlo. Las lagunas de efluentes o desechos desbordan y se mezclan con el agua de paso o de la napa generando brotes de diarreas o neumonías.
En este contexto cualquiera puede imaginar lo que ocurre con la transmisión de enfermedades, ya sea a través del agua, de animales silvestres que se ven obligados a migrar o de la multiplicación exagerada de insectos voladores que reparten a los agentes patógenos por doquier. Lo mismo ocurre en la salud pública con enfermedades que se deleitan con un ambiente cálido y pantanoso como lo es la leptospirosis entre otras.
Lo que no vemos son las enormes pérdidas que se suponen ahora y se padecen mañana, como la disminución en el aumento de peso diario en las producciones de carne bovina o porcina o litros de leche en un tambo. Ninguna de las producciones ganaderas está exenta de esto.
El factor que predomina y que hace mella sensiblemente en todos los casos en los que pretendamos producir es el estress animal, exactamente lo contrario al bienestar animal que tan de moda se ha puesto al demostrar que un animal que vive en una situación de confort va a producir lo que esperamos según su condición genética.
Parecen absurdos los consejos en este contexto pero hay que tratar de minimizar las pérdidas en lo posible priorizando la alimentación y la sanidad aunque no se pueda realizar con excelencia. Cada establecimiento tiene “su problema” y “su tratamiento”; por eso el asesoramiento ante la emergencia sigue siendo necesario.
Para Somos Campo:
Dr. Edgardo Nicolino
Méd. Veterinario