En el país, uno de cada 10 diabéticos padece el tipo 1 de la enfermedad, que se caracteriza por la destrucción de los islotes en los que se agrupan las células productoras de insulina por un fenómeno autoinmune. Es decir, son las propias defensas del organismo las que atentan contra él. El paciente debe reparar ese daño aplicándose la hormona por vía endovenosa. Que el cuerpo vuelva a generarla es el objetivo del trasplante de islotes pancreáticos.
“Es simple en teoría, pero difícil de aplicar en la práctica”, sostiene el canadiense Jonathan Lakey, quien junto a James Shapiro lideró en el 2000 el Protocolo de Edmonton, por el cual siete personas fueron trasplantadas con células humanas. “La ventaja es que los islotes pueden aplicarse con una jeringa, sin necesidad de cirugía invasiva y los resultados mostraron que los pacientes presentan un adecuado nivel de glucosa en sangre e independencia a la insulina luego del tratamiento”, explicó el investigador en conferencias recientes dictadas en las universidades de San Martín (UNSAM) y El Salvador. El problema, admitió, radica en la dificultad de conseguir donantes.
“Se necesitan de dos a cuatro páncreas para trasplantar a un paciente diabético y hay muchos más diabéticos nuevos que donantes cadavéricos. Se tiene que morir una persona y además la inmunosupresión (para evitar que el organismo rechace el nuevo tejido) hace que el tratamiento sea poco práctico”, coincide en diálogo con Clarín el cirujano Adrián Abalovich, quien considera que una estrategia factible para vencer el problema de la escasez de páncreas humanos es el xenotrasplante, es decir, la utilización de animales como donantes de órganos.
El cerdo se revela entonces como el candidato ideal: la insulina que produce es muy similar a la humana, responde de la misma manera a los estímulos de la glucosa en sangre y produce más de 10 crías por parición. En el hospital Eva Perón de San Martín, 22 pacientes fueron trasplantados con islotes porcinos microencapsulados. “Es la mayor experiencia a nivel mundial”, reconoce Abalovich, quien dirigió junto al diabetólogo Carlos Wechsler el estudio aprobado por el Ministerio de Salud bonaerense.
Fuente: Clarín