De una charla espontánea y relajada, salió la idea de armar
esta nota a un ser con luz propia, que ilumina a todos los que la conocemos con
su sonrisa angelical. Arduina Garnero, narró sus vivencias en el
campo y nosotros las transmitimos con alegría.
Sentada en la punta de la mesa, rodeada por familiares y
gente amiga, Arduina comienza minuciosamente a indagar en cada detalle de las
cientos de preguntas que le hicimos a medida que corría su relato. Una gran
mujer, con unos valores que ya no abundan, nos da placer escucharla.
“En el campo, era limpiarse las manos e ir a lo que te
decían; Cortar los yuyos en el maíz, donde nos explicaban qué era lo que
teníamos que sacar, trabajamos con mamá, nos llevaba a la quinta, nos decían
que pongamos los dos dedos juntos para plantar las semillas, eran las medidas
para los espacios, al finalizar, nos hacían bromas que estaba todo mal y cuando
crecía lo plantado estaba muy bien, teníamos 10 años”. Comenta.
Nos comenta, entre medio de las historias, que las labores
de las mujeres de la familia eran llevadas a cabo por su Mamá Margarita, la tía
Catalina, sus dos hijas y ella. Al mismo tiempo agrega; “Las más chicas
trabajamos más rápido porque teníamos facilidad en agacharnos, trabajar y
continuar”.
Entre las variadas actividades que le tocaba realizar, la
abuela nos cuenta que criaban muchos pollitos, los cuales eran destinados para
comer y lo que nos sobraba del mes se vendía. También, cuando no abundaban, comían
más la verdura, para vender los pollos.
Otra labor importante fue la sección del tambo: “Ordeñábamos
las vacas, desnatábamos, se ponía la leche en el aparato y se le daba vuelta a
la manija, de un lado salía el suero que iba para los lechoncitos y del otro
salía lo que haríamos la crema para nosotros; no teníamos heladera, se compraba
el hielo o se guardaba en el pozo del aljibe también, hasta q tocara el agua, así
se mantenía fresca la comida”. Dice esta adorable mujer.
Sumado a esto, otra cuestión era la carne que consumían, no
tenían facilidades para ir al pueblo, asique les llevaban lo que necesitaban en
el día: “El carnicero pasaba a la mañana y dejaba en la entrada del campo la
carne que íbamos a comer, en una fiambrera, ya sabíamos la hora en que iba a venir,
asique estábamos atentas, cuando llegaba el agarrábamos la bici y la íbamos a
buscar, después se le pagaba por mes”.
Hablando de la incomodidad para trasladarse, Arduina cuenta
que ella llevaba a caballo a mi prima Elena, pero para llegar a Chañar Ladeado,
había una única condición; que las transporte su hermano Ersilio. “Subíamos al
sulky y veníamos al pueblo, los amigos de él nos tiraban cascotes cuando íbamos
a la escuela fiscal, por ello empezamos a dejarlo más lejos. Cuando empezamos a
ir a los bailes también íbamos en sulky y los dejábamos lejos porque no teníamos
auto, nos daba vergüenza”.
Respecto a sus momentos de recreación, expresó cómo vivían
sus salidas, se cosían sus propios vestidos “siempre y cuando tuviéramos algo
de plata para comprar la tela”, según dijo y cuando volvían del baile, se
cambiaban de ropa y llegaba la hora de ordeñar nuevamente.
Finalmente, nos explicó minuciosamente cómo era el trabajo
más arduo, por así llamarlo, la Troja, el lugar donde almacenaban la cosecha: “También
trabajamos en la Troja, era grande, redonda y muy alta. Primero caía el maíz en
espiga, en el palo más alto tenía un alambre y de ahí vertía para el otro lado,
el caballo tiraba de la polea y eso drenaba, entonces con un tironcito más, el
animal le daba el empujón justo. Nos pegaban el grito para hacerlo arrancar, yo
iba arriba, él ya estaba acostumbrado”.
De su voz tranquila, con sus gestos justos y el movimiento
de sus manos, logramos obtener un relato hermoso, donde la imaginación nos
llevó a esos días, donde el trabajo y las vivencias en las granjas eran todo lo
que tenían, sin tecnología, sin demasiada comodidad y aun así, fueron sus años
más felices.